La salida de Evo Morales en 2019 marcó un punto de inflexión en la historia reciente de Bolivia, no solo por su abrupto final, sino por lo que vino después: un golpe de Estado liderado por sectores de la derecha liberal, que instaló a Jeanine Áñez en el poder, desencadenando una serie de políticas que han sumido al país en una profunda crisis económica y social.
El gobierno interino de Áñez no solo estuvo marcado por la represión violenta de las protestas sociales, sino también por un manejo improvisado de la economía y una dependencia desmedida de las directrices internacionales. La usurpación del poder continuó con el gobierno de Luis Arce Catacora, quien, pese a ser elegido bajo la sigla del MAS, adoptó un modelo liberal disfrazado de continuidad, traicionando los principios que llevaron al MAS a liderar un proyecto revolucionario de transformación en Bolivia.
Cinco años de liberalismo han llevado al país al borde de la decadencia. La escasez de dólares, gasolina, diésel y la inminente crisis del gas natural son síntomas de un modelo económico que ha abandonado la soberanía energética y ha revertido los logros alcanzados durante los 14 años de gestión de Evo Morales.
Bajo el liderazgo de Morales, Bolivia fue un ejemplo de estabilidad y crecimiento en América Latina. La nacionalización de recursos estratégicos como el gas y los hidrocarburos permitió no solo pagar la deuda externa, sino también invertir en infraestructura, salud y educación, reduciendo la pobreza y dignificando la vida de millones de bolivianos.
Sin embargo, el giro hacia el liberalismo desde 2019 ha desmantelado esta visión soberana. Las reservas internacionales se han desplomado, y la incapacidad del gobierno para garantizar el suministro de combustibles ha generado largas filas en las estaciones de servicio, afectando tanto a la economía como a la vida diaria de las familias bolivianas.
La desaparición del dólar y el colapso del gas natural son ejemplos claros de una gestión que prioriza los intereses de los mercados internacionales sobre las necesidades del pueblo. Los discursos de independencia económica se han quedado vacíos, mientras la inflación y la incertidumbre paralizan al país.
El panorama actual no es solo el resultado de decisiones económicas erróneas, sino también de un modelo político traicionero, que con Áñez impuso un régimen represivo y, con Arce, ha mantenido una continuidad neoliberal bajo la máscara de un gobierno progresista. Ambos gobiernos han actuado en connivencia con agendas internacionales que contradicen el espíritu revolucionario de un pueblo que, bajo el liderazgo indígena de Evo Morales, había recuperado su dignidad.
Bolivia necesita una nueva revolución en su conciencia popular. La memoria de las gestas heroicas del pueblo boliviano –la Guerra del Gas, la Guerra del Agua y la Revolución Democrática y Cultural– debe inspirar a la organización de una resistencia que recupere los principios de soberanía, justicia y dignidad.
El pueblo boliviano sabe que su destino no puede quedar en manos de las élites que lo traicionaron. La historia nos enseña que cuando el pueblo se organiza, no hay fuerza capaz de detenerlo. Hoy, más que nunca, Bolivia necesita un liderazgo comprometido con los intereses del pueblo, para retomar el camino de justicia social que Evo Morales inició y que la derecha liberal ha intentado borrar.
Solo el pueblo salva al pueblo. Bolivia puede y debe levantarse nuevamente para recuperar la dignidad que nunca debió perder. ✊
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