La Paz 29 de Noviembre de 2024
Bolivia, tierra de montañas y de luchas, se encuentra nuevamente en una encrucijada histórica. En medio de un estado parapolicial, marcado por encarcelamientos de líderes obreros e indígenas, cierres de radios y medios contestatarios, y un clima de represión constante, el pueblo no se siente derrotado. Al contrario, en el corazón de las comunidades resuena la memoria de victorias pasadas y la certeza de que solo el pueblo salva al pueblo.
Este momento de crisis evoca las grandes gestas revolucionarias que han definido la historia reciente de Bolivia: la Guerra del Agua en Cochabamba (2000), donde el pueblo enfrentó y derrotó la privatización de un recurso vital; la Guerra del Gas (2003), donde la resistencia popular reclamó la soberanía sobre los recursos naturales, tumbando a un gobierno neoliberal que pretendía entregar el gas al extranjero sin beneficio para los bolivianos.
De esas batallas emergió un líder que cambiaría la historia: Evo Morales Ayma, el primer indígena en el mundo en llegar al poder a través de las urnas. Su ascenso marcó un giro revolucionario para Bolivia y para el continente. Durante los 14 años de su gobierno, el país vivió una transformación sin precedentes: estabilidad política, crecimiento económico sostenido, reducción de la pobreza y una dignificación de los sectores históricamente marginados, especialmente los indígenas, campesinos y obreros.
Bajo su liderazgo, Bolivia experimentó un modelo de buen vivir, donde los recursos naturales fueron nacionalizados y redistribuidos para beneficio del pueblo. Fue un periodo de prosperidad económica que colocó a Bolivia como ejemplo de crecimiento en la región, demostrando que otro modelo de desarrollo, basado en la inclusión y la soberanía, era posible.
Hoy, sin embargo, ese legado está bajo ataque. La usurpación de la sigla del MAS-IPSP, mediante maniobras legales y políticas, refleja el intento del gobierno actual de despojar al pueblo de su instrumento político. La represión, el hambre y la desesperación se han intensificado, pero en cada rincón del país, desde las montañas hasta las llanuras, se siente la resistencia. El pueblo no olvida su historia ni sus conquistas.
Bolivia se encuentra en una nueva lucha. La misma fuerza que expulsó a las transnacionales del agua y el gas, que llevó a un indígena al Palacio Quemado y que construyó un modelo de soberanía económica, está lista para alzarse nuevamente. La esperanza respira en cada comunidad, en cada organización, en cada olla vacía que se llena de coraje. A pesar del hambre y la persecución, el pueblo sabe que el futuro depende de su capacidad de organizarse y resistir.
Hoy, más que nunca, la memoria de las conquistas del pasado inspira la lucha del presente. El pueblo no está derrotado; está preparado para librar las nuevas batallas que determinarán el destino de Bolivia. Como lo demostró en las gestas del agua, del gas y de la dignidad, cuando el pueblo decide luchar, la historia se transforma.
Porque solo el pueblo salva al pueblo, y Bolivia está llamada a demostrarlo una vez más. La revolución no es solo un recuerdo: es la llama viva que arde en cada corazón boliviano dispuesto a luchar por su dignidad y su futuro.
(V.J.L.)